Es un mañana fría y despejada de mediados de febrero y me encuentro en las afueras de Tokio viendo como filas y filas de niños uniformados esperan de forma ordenada su momento para entrar a uno de los parques urbanos más grandes del área metropolitana de Tokio, el Showa Kinen Koen. Todos uniformados y acompañados por varios tutores van pagando su respectiva cuota mientras platican visiblemente emocionados entre ellos, es el día de competencias deportivas inter escolares y este parque será el escenario para sus hazañas.
Haciendo honor a la increíble puntualidad japonesa, en conjunto con un sistema muy eficiente de trenes que permite planear traslados con precisión de segundos, a las 10 de la mañana en punto veo salir de la estación de tren a mi contacto de la World Urban Parks, Sayuri Minegishi; viene acompañada de su jefe, Toru Minegishi y el gerente de programación del Showa Kinen Koen, Yuhei Ono. Yo hablo un poco de japonés, Sayuri habla un poco de inglés pero curiosamente la comunicación es bastante fluida y emotiva, al parecer dominamos ese lenguaje en común que trasciende las barreras de los idiomas, hablamos de parques.
Al entrar a este imponente gran parque urbano, el Showa Kinen Koen, me sorprende que aun siendo parque público se cobre el acceso (adultos 450 JPY, alrededor de 90 MXN, adultos mayores a mitad de precio y niños hasta 14 años y personas con discapacidad no
pagan), a lo que me explican cómo funciona la operación de los llamados Parques Nacionales Gubernamentales en Japón. Hay cerca de 17 parques de este tipo en todo el país, los cuales el gobierno federal los concesiona a empresas privadas para su operación y mantenimiento a través de licitaciones. La empresa de Sayuri, Parks and Recreation Foundation Japan (mejor conocida como Japan Parks), desde hace varios años ha ganado muchas de estas licitaciones y maneja más de la mitad de estos parques, por lo que las estrategias para lograr la sostenibilidad financiera de estos espacios involucran el cobro del acceso, a la par de otras fuentes de ingresos.
El Showa Kinen Koen (koen significa “parque” en japonés y Showa fue el emperador de Japón durante la segunda guerra mundial) Es un parque de 165 hectáreas establecido en una antigua base militar aérea al oeste de Tokio. Fue inaugurado en 1983 y cuenta con una gran variedad de amenidades, como canchas deportivas, jardines de flores, áreas de barbecue, explanadas y hasta una representación del Japón feudal, unidas a través de sus 11 kilómetros de impecables senderos y ciclovías. Cuenta con un presupuesto anual de alrededor de 6 millones de dólares y cuenta con una fuerza de trabajo de 200 empleados.
En diferentes partes del mundo, los parques funcionan como una muestra cultural de la identidad de las comunidades y Japón no es la excepción a esto. Si bien gran parte de este bellísimo parque sigue los patrones universales de calidad en cuanto a manejo de arbolado, limpieza y señalización de las distintas áreas, unos de los elementos que más me impresionaron fueron sus áreas de juegos. Familiarizado con la cultura pop japonesa gracias a la gran cantidad de productos audiovisuales a los que los niños mexicanos fueron expuestos en las décadas de los ochentas y noventas, reconozco que en Japón el “wow factor” es una constante en su arquitectura y mercadotecnia en general, pero verlo ejemplificado en las experiencias lúdicas en parques fue simplemente genial. Una de estas áreas consiste en una superficie irregular de alrededor de media hectárea con desniveles empastados que los cubre una densa neblina generada por una máquina, salida de los bosquejos futuristas de las series animadas japonesas, en la cual los niños pueden correr y escalar siempre envueltos en un misterio natural producido por este ambiente. Por si no fuera suficiente, al caminar unos metros más esta área conecta con una cordillera de cerros artificiales hechos de un material plástico que permite saltar y rebotar como si nuestra Sierra Madre fuera hecha para entretenimiento
infantil. Olvidando las etiquetas y después de saltar frenéticamente por varios minutos con la excusa de “probar la resistencia de los materiales” continuamos nuestro recorrido hacia el jardín japonés.
Naturaleza japonesa
Las dos principales religiones de Japón son el budismo y el shintoismo. Esta última maneja un concepto de divinidad muy distinto a las religiones del mundo occidental, donde los dioses son seres concretos con características humanas, ya que los más de ocho millones de “kami”, o figuras divinas, se encuentran principalmente en elementos del paisaje y en la naturaleza. Por lo mismo la apreciación de los parques
y espacios naturales en Japón es muy similar a la de los lugares sagrados como templos e iglesias. Y la máxima forma de expresión de esta representación sagrada son los jardines japoneses. Bajo una estricta arquitectura minimalista impregnada con más elementos filosóficos que físicos, entrar en el jardín japonés del Showa Kinen Koen da una sensación de tranquilidad y respeto que hasta los más ruidosos bebés cambian sus llantos por reverencias. Dentro de este espacio existe uno de los pocos jardines bonsai en Tokio cuya operación es llevada por un maestro bonsai tradicional, cuya maestría consistió en aprender el oficio directamente de otro maestro bonsai viviendo con él durante 40 años. Con más de 61 árboles bonsai, la mayoría donados por aficionados a este arte de todo Japón, existen ejemplares de medio metro de
altura con más de 400 años de antigüedad que desafían las leyes naturales de la física y la biología. Tras agradecerle su interesante explicación de su arte, el maestro bonsai me comparte su preocupación por el futuro de su oficio, ya que actualmente existe una crisis cultural
en Japón donde la juventud no está interesada en seguir el camino del aprendiz y por lo tanto este tipo de arte está condenado a desaparecer y ser reemplazado por otras técnicas más industrializadas. Otra peculiaridad de la naturaleza japonesa son sus marcadas estaciones del año. La isla de Japón se ubica en latitudes similares a las de Estados Unidos, por lo que los inviernos son fríos y los veranos bastante calientes,
compensados por las estaciones intermedias, primavera y otoño, que destacan por su colorida y efímera belleza. De ahí la fascinación de los japoneses por las flores, manifestado en sus enormes explanadas de tulipanes, orquídeas, rosas y cualquier flor que se dé en sus condiciones climáticas. Dado que mi visita fue a mitad del invierno, pude presenciar los preparativos para estos jardines de primavera donde me quedó claro que escatimar recursos no era parte de la planeación. Tan solo en tulipanes importados de Holanda para este parque estaba proyectado invertir lo equivalente a medio millón de pesos mexicanos para la temporada. Una vez dadas las 5 de la tarde, y tras recorrer cada rincón de este enorme parque lleno de sorpresas, llevamos las bicicletas de renta a su bodega, donde me presumen los nuevos modelos de dos plazas en los que el concesionario acaba de invertir, y nos dirigimos hacia la salida. Tras un largo protocolo de despedida con todo el equipo de Japan Parks, muy respetuoso y casi cayendo en los límites de una coreografía artística, me retiro hacia la estación Nishi Tachikawa. Respirando el aire frío en el andén y observando las expresiones faciales de paz en las personas alrededor, que se dirigen a sus casas tras pasar un día en este emblemático parque, llego a la conclusión de que lo más valioso para replicar en nuestro México de la forma de manejar
parques en Japón, va más allá del tema técnico. En la simpleza y el respeto reside lo sagrado.